. Según señala Ferrari (2018), estas conductas, para ser
saludables, deben ser características de su especie, y cuando ello no es posible por el entorno o las
condiciones inadecuadas de vida, se genera sufrimiento. Uno de los síntomas que evidencia este
sufrimiento son las estereotipias que ya hemos mencionado.
Resumiendo, debemos resaltar que el maltrato a un animal no debe vincularse solamente con el
dolor físico, sino también con el padecimiento o sufrimiento generado por las condiciones de
encierro provocadas por la actividad humana. Por ello, el encierro de animales en zoológicos no
puede ser otra cosa que maltrato, lo cual debe estar penalizado.
La neurocientífica y experta en comportamiento animal Lori Marino (2022) de la Universidad de
Emory advierte que los efectos a largo plazo de la cautividad son muy similares entre especies,
incluyendo a los seres humanos. Un ejemplo de ello, sostiene, es el efecto en el sistema límbico -
que es el que está involucrado en el procesamiento de las emociones-, la memoria y algunas formas
de cognición en todos los vertebrados. Establece que los efectos de la cautividad pueden ser
profundos e incluso provocar la muerte prematura o estrés crónico, el cual a su vez genera
disfunciones en el sistema inmunológico, lo que puede llegar a desencadenar una atrofia cerebral,
junto con aumentar la vulnerabilidad a las infecciones (Marino, 2020). La cautividad limita la
gama de decisiones a tomar, es decir, limita severamente la autonomía del animal, entendida como
la libertad de elegir qué hacer y cuándo. “En una jaula o en un tanque, no pueden elegirse los
individuos con los que se convive ni qué comer, ni qué hacer, ni a dónde ir […]. Además, la
inteligencia conlleva una necesidad de estimulación y desafío por parte de otros animales, el
entorno, diferentes problemas, etc. En parques zoológicos o marinos, los entornos son tan pobres
y monótonos que la exploración y los desafíos son muy limitados. Y esto es extremadamente
estresante para cualquier ser inteligente” (Marino, 2020, p.10-11).
Desde otra arista, hoy día los conocimientos científicos permiten afirmar que los cetáceos son
seres inteligentes, conscientes de ellos mismos y dotados de una cultura, los que viven en
comunidades sociales y familiares muy evolucionadas. Es más que evidente que estos animales
sufren importantes problemas de salud física y emocional cuando son sometidos al cautiverio. El
estrés al que son sometidos en estanques de cemento hace que pierdan el apetito y de peso, además
de que pueden sufrir úlceras estomacales por dietas monótonas y artificiales, lo cual los torna
vulnerables a enfermedades tales como depresión y comportamientos antisociales. Un delfín, en
su hábitat natural, puede nadar más de 100 km por día, sumergirse centenas de metros en la
profundidad del mar y entretejer su vida con sus congéneres. Todo eso es imposible en un recinto
de confinamiento que no cumple con los requisitos mínimos en cuanto a sus necesidades
psicofísicas y sociales (Marino, 2020). De este modo, la esperanza de vida de las orcas se reduce
dramáticamente en comparación con los que se hallan libres: “Kayla […] una orca de 30 años que
vivía en SeaWorld Orlando. Si hubiera vivido en estado salvaje, es probable que hubiera alcanzado
los 50 años y quizá hasta 80. Con todo, Kayla vivió más tiempo que cualquier orca nacida en
cautividad en la historia” (O’Barry, 2020).
Por otro lado, los cetáceos son capturados en cazas sangrientas en Japón, con el fin de continuar
la industria del cautiverio y de su venta como seres esclavos. A ello se suman los impactos